Apuré de ti la copa, y tu la mía apuraste.

Cuando íbamos de bares, solo tú y yo, de todo el grupo, empinábamos el codo hasta para beber las últimas gotas del café, el pacharán o de lo que fuera el brevaje(??). Metíamos la nariz en la taza, copa o vaso. ¿Éramos tacaños, ecologistas, o simplemente nos copiábamos como seña de que nos gustábamos?
Ya viviendo juntos, y por desgracia fueron sólo 35 años, seguíamos haciendo el estudio de nuestra peculiaridad. Tomabamos tódo lo que la vida nos ofrecía, fuera el que fuera el aforo o dosis ofrecida. Saborear la gota última, decías, es el regodeo final y furioso de su existencia.
Nos devorábamos, sin dejar ni una última mirada, hasta en los espejos de un hotel , o de la casa, ni en los escaparates con fondo oscuro, en que gustabas de pararte, no por comprar, sino por vernos juntos.
En una ocasión, en Las Vegas, nos dieron una habitación con espejo circular en el techo, y nos quedamos mirándonos a los ojos y casi veíamos por su intensidad nuestros rayos-miradas cruzados. De bronce parecían.
En casa, teníamos un juego conspirativo, el de servir café o bebidas a nuestros invitados, en recipientes de diferente cabida, y antes de lavar el servicio, veíamos que casi todos, dejaban medio dedo al fondo. Y lo comentábamos. Era un rito discriminatorio.
Sólo 2 parejas de entre las muchas que pasaron por casa, lo tomaban todo, y desde que me dejaste, en tu memoria les sigo invitando a casa, aunque tus guisos nunca supero.
Y cuando trascurre, yo apoyado en la barra del Cube del Artium, algún ratillo, tras una sesión de cine abstruso, hago la performance de "aktion gucken", que tú también dirías, observando si algo queda por no apurar, clasificando así a todo quisque. No es cruel mi mirada, pero sí inmisericorde.
Ahora, cuando me sirven algo, puede ser un chocolate con churros, los últimos en Málaga y Melilla, rebaño con el dedo lo que queda en las paredes de la jícara. Soy un miserable, pero es en tu recuerdo.